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Nuestra historia

Corría el año 1989 cuando sobre la mesa de un bar, en un pequeño país con balcón al mar y sueños retrasados por el olvido, tres jóvenes uruguayos bocetaban entre “medio y medio” y con música del Choncho Lazaroff de fondo la utopía de “ Teatro Rayuela”; sus nombres eran Cecilia, Ruben y Gonzalo.

El pacto quedó sellado en una servilleta del bar casi al amanecer y días más tarde fue pasado en limpio y sellado con la única firma que el tiempo no borra o deteriora, la de la pasión por conquistar un sueño.

El verdadero milagro de la vida no es encontrarse con uno mismo, que después de todo no es más que una paradoja de poca monta… lo importante es encontrarse con alguien.

El pergeñar utopías tiende puentes en este mundo repleto de solitarias islas personales. Esos puentes son como juegos efímeros, construidos quizás de la misma materia de la que están hechos los sueños.
Y así, de esa manera, jugando, fue que Teatro Rayuela dio a luz su primera aventura… "Alicia en el país de los sueños”. El Teatro del Anglo nos abrió sus puertas y el público nos perpetuó con su presencia bastante más de lo esperado.



A esa aventura le siguieron los “Cuentos de las 1001 noches”.
Un esfuerzo muy grande y ambicioso para un grupo tan pequeño como novel.
Es quizás el espectáculo de Rayuela que más sensaciones contradictorias nos provoca, tanto por su belleza como por su corta duración. La noche del 1º de enero de 1996, un inesperado fuego en el antiguo Teatro Carlos Brussa arrasó con todo el edificio, incluida la antigua sede de S.U.A. y por supuesto todo lo relacionado a la obra, atrezos y vestuarios incluidos.



Así se fueron sucediendo “Fabulandeando”, “El Jardín de Kahyl” (versión infantil del Círculo de Tiza de B. Brecht), y decenas de etcéteras con los que no los aburriré.

El año 2000 marcó otro hito en la historia de nuestro grupo. Medio Rayuela quedo en Montevideo y la otra mitad hizo sus maletas y pasó a ser Cía. Internacional.
No es que los éxitos o su visión de futuro lo hicieran crecer desmesuradamente, simplemente tocó emigrar; y así quedamos, jugando a uno y otro lado del charco, con un inmenso océano de por medio donde lanzar nuestros sueños escritos en papel de servilleta con los que nos mandamos ideas, fantasías y alguna que otra realización en forma de barquito de papel.

Algunos barquitos visitaron las dos orillas, y otros, sucumbieron por el camino, como si se los llevara “la tempestad” de nuestro amigo William.

Lo cierto es que si uno mira los títulos de Rayuela cuando ya han pasado 21 años, encontrará curiosamente en todos ellos una cierta recurrencia a la temática de los sueños, los juegos, las utopías y la mágica fantasía que nos rodea en este viaje que es vivir la vida.

En verdad ese fue el motivo por el que me entreveré con estos del teatro! Porque desde aquí, yo podía seguir jugando. Tendiendo puentes. Haciendo eso que supongo hacen los niños y olvidamos algunos adultos: cultivando el arte y la magia del encuentro!
Es curioso: los niños no juegan por dinero, ni por codicia, ni por obligación; juegan porque les gusta! Y juegan al juego que les gusta y con quien les gusta, y si no, no juegan. Sin ese cinismo que viene después con aquello que suele llamarse madurez.

En fin, revisando en mi memoria aquel sueño primigenio me vino a la cabeza cierta reflexión de Don Mario Benedetti respecto a que “el pasado es siempre una morada, un espejo que no miente”
Y aparecieron tendiendo puentes cada uno de los cómplices con los que tuve la fortuna de cruzarme y casi siempre quedarme, en cada utopía emprendida durante este tiempo.
Hombres y mujeres que se lo juegan todo. Y que juegan seriamente, como los niños. Con una fe casi poética. Con una renuncia absoluta a la incredulidad.

No queremos pensar en lo que “no es posible”. Preferimos soñarlo una y otra vez hasta verlo aparecer ante nuestros ojos.
A quienes aún sigan tentados de decirnos que conseguirlo es una utopía les seguiremos diciendo que sí, que es cierto, pero mientras la vamos persiguiendo seguimos andando y hasta nos acercamos un poco a ella.

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